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© Luis Felipe Hernández, México,
salvo especificación en contrario.

diciembre 16, 2004

TARJETA NAVIDEÑA 5
de Lucas Fabré (poeta)
para Angélica Domínguez (empleada en el departamento de zapatería en una tienda)


Sales de la tienda y llegas a todo correr a la presentación de mi libro, justo minutos antes de que yo suba al estrado a leer. En realidad estarás sólo lo imprescindible, pues partirás al extremo opuesto de la ciudad para conseguir en otra sucursal de la cadena (con tu credencial de empleada y acceso a esa venta nocturna que sólo por hoy ofrece descuentos enormes exclusivamente para los empleados) un sensacional abrigo que quieres regalarme en Navidad pues te fascinó en cuanto lo viste en tu tienda y te hizo pensar en mí y en lo mucho que te gustaría vérmelo puesto; abrigo que, en efecto, tan pronto fui a probarme a media mañana, me hizo telefonearte para corroborar que me encantó pero lo quería en color negro y, el único en mi talla y color, santas fechas navideñas, sólo se encuentra en esa sucursal a la que ahora has corrido desaforada, entre un tráfico monstruoso mientras yo firmo ejemplares de mi libro.
Tan pronto puedo, corro también a alcanzarte. Cerrarán muy pronto, pero estoy ya entrando al parqueo con el tiempo justo para encontrarte y recoger el abrigo maravilloso. Algo de todo esto me recuerda aquel cuento de O´Henry que ha sido adaptado y readaptado infinidad de ocasiones: dos enamorados en Navidad, cada uno sacrifica algo para obtener el regalo perfecto del otro.
He llegado con el tiempo justo, dígo, pero sólo para ver tu cara triste y escucharte decir que tienes tu tarjeta de crédito sobregirada y no puedes pagar el abrigo. Quieres llorar, no sé si de rabia o de tristeza pero te ofrezco que vayamos a sacar dinero de mi cuenta en una caja automática para completar el efectivo que traes.

Salgo con el abrigo en su funda, tu tomas mi brazo, y siento en cada paso con mayor fuerza el embargo del espíritu de estas fiestas: unidos nuestros esfuerzos, hemos logrado la meta. Una nueva versión para O´Henry.

Luisfey, 12:10 p.m.

diciembre 14, 2004

TARJETA NAVIDEÑA 4
de mí
para Charles y Ebenezer


A ella le dí a leer "A Christmas Carroll" de Dickens y le gustó mucho. Por eso, este domingo que llegó tan temprano, la he invitado a entrar a la cama aún tibia y nos hemos puesto a hojear el libro de Look and find que se basa en dicho cuento. Se ha divertido buscando a Scrogge y otros personajes, amén de gozar con los cientos de detalles que las ilustraciones de estos libros suelen tener.
Luego dormitamos por espacio de una hora o quizá más, durante la cual nos hemos turnado para decir uno al otro, con modorra y entre besos y caricias, lo bien que nos sentimos, lo delicioso que resulta estar así, abrazados estrechamente bajo gruesas frazadas, una fría mañana de diciembre previa a Navidad.
Gracias, Charles; gracias, Ebenezer, por dar el pretexto para este episodio con ella.


Luisfey, 11:42 a.m.

diciembre 13, 2004

TARJETA NAVIDEÑA 3
de Claudia Jessica Mc Gregor (estudiante de psicología, octavo semestre)
para Profe Ornelas (catedrático de psicología, especialidad Freud y Lacan)


Al salir de la facultad, mientras conducías tu viejo auto, la vista de una escuela primaria, adornada en sus corredores por piñatas, te disparó el recuerdo de tu propia escuela, pública, aclaraste; sus maestras, y la paciencia de ellas para atender a sesenta niños durante todo un año. Te llevó a recordar también cómo cada uno de los salones contaba con su propia piñata durante las fiestas decembrinas, cosa que yo nunca viví pues las vacaciones del liceo fueron siempre en diciembre y enero.
Describiste con brillo en los ojos, de qué estilo y colores eran las piñatas que se rompían; y que en cada grupo había una para niñas y otra para varones. Salían al patio durante... ¿cuánto tiempo? "Ahora pedimos a los alumnos de tercero F se regresen a sus clases, maestra Lupita, ya lléveselos: le toca el turno al cuarto año, grupo A..." imagino por el altavoz del patio escolar, progresivamente más lleno de basura y fruta aplastada. Imagino también a treinta varoncitos (suponiendo que en cada salón hubiera igual cantidad de alumnos que de alumnas) arrojándose sobre la piñata, peleando por dulces, juguetitos, o tejocotes y jícamas; para luego tratar de llevarse, a la buena o a la mala, un cucurucho forrado con papel de china y metálico, de los que formaban los picos de la piñata.
Tu recuerdo provocó un destello navideño en tu mirada, una sonrisa infantil que me derritió al verte tan feliz: ahora, créeme, la sola vista de una piñata evocará en mí un recuerdo pavloviano de tu persona.


Luisfey, 9:29 a.m.

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