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© Luis Felipe Hernández, México,
salvo especificación en contrario.

enero 18, 2006

5.
Así que recurro a lo que últimamente me ha sido tan revelador: el file de actas de la familia. Supongo que en la correspondiente al matrimonio de mis padres vendrá algún dato adicional sobre el abuelo, a pesar de que él no haya asistido a la boda de su hijo.

En efecto: encuentro una dirección, y es una muy fácilmente verificable. Así que, al día siguiente, sin saber exactamente qué voy a buscar, ni qué diré si es que, como supongo en un escenario ideal, la casa resulta habitada por su descendiente en tercer grado, es decir, un nieto que habrá nacido de su nueva familia, quien me abrirá la puerta y preguntará qué deseo mientras le muestro el libro que he encontrado.

Pero no, ni escenario ideal ni nada: el predio está ocupado por un edificio de departamentos que no puede tener más de treinta años de construido.

Mientras cuento los pisos que tiene, haciendo visera con las manos porque el sol me da de frente, siento una fuerte resaca.

Luisfey, 7:55 a.m.

enero 16, 2006

4.
Y por el otro lado también. Es decir, ¿por qué sólo habrían resacas del lado materno?

Estoy estrenando librero. Uno grande. Nuevo. Hecho a mano y a la medida.
Reacomodo con frenesí obsesivo mis ya muchos libros. De pronto encuentro uno escrito por mi abuelo paterno.
Bueno, sí, sabíamos que el abuelo fue escritor y matemático. Conclusiones genéticas aparte, por favor.
Sabíamos que su biografía aparece en la enciclopedia. Sí.
Nunca lo conocimos: mi abuela se divorció de él cuando mi padre tenía tres añitos.

Y comienzo a leer. Ahí, sentado sobre un peldaño de la escalera plegadiza, en medio del polvo y los libros por acomodar.
El libro es fascinante.
Encuentro en las últimas páginas una lista de "otras obras del autor". Nada menos que cuarenta y cinco títulos.

Cuando acabo de leer, estoy de boca seca y siento resaca.

Luisfey, 8:19 a.m.

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