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© Luis Felipe Hernández, México,
salvo especificación en contrario.

enero 30, 2006

8.
Voy a volverme loco.
Sí, uno puede volverse loco aunque ya lo haya estado, ¿no lo sabían? Pues ahora ya lo saben.
La cosa es que desde entonces, desde que descubrí aquello del abuelo/bisabuelo/ya-no-sé quién, cada vez que me presentan a un señor respetable, entrado en canas y arrugas, vistiendo un sobretodo que apenas deja ver una corbata atildadamente anudada, le miro como si fuera a descubrir en él a mi antepasado en disfraz. Como si, en un momento dado, con la chispa en los ojos tan característica de los ancianos, el recién conocido fuese a decirme "Ah, pillín, me desenmascaraste: ¡vén a mis brazos, que platicaremos sobre matemáticas y literatura!", pero siendo honesto, debo confesar que lo único que he conseguido es que al recién presentado le mosquee un poco el rigor científico con que lo observo y scanneo.
Lo sé porque una amiga me presentó hace unos días a otro anciano respetable y tal, y apenas ayer me confió: "¡No creerás lo que él me comentó, me ha preguntado si eras un gerontófilo! ¿no es para partirte de risa?"
Para partirse, punto. Partirse como cuando uno trae resaca.

Luisfey, 8:12 a.m.

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