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© Luis Felipe Hernández, México,
salvo especificación en contrario.

noviembre 30, 2005

Ella prometió llegar a aquella librería donde nos citamos, a las 8.
Entré a las 7:45, para saborear la espera, mientras hojeaba (y ojeaba) ejemplares de las estanterías.
Mi libro de cuentos brevísimos, publicado al menos tres años atrás, está colocado en un atril, al centro de una mesa.
Wow, esto, además de muy halagüeño, será muy buena carta de presentación para cuando llegue Ella. Tendré que decirle algo como "Oh, mira esto, por cierto..." al pasar por esa mesa.
O tal vez deberé dejar que sea Ella quien se percate: "Mira, ese libro, ¿no es tuyo?".
¿Qué se verá mejor, más casual, pero que de todos modos la impacte?

No lo sabré nunca, porque darán las 9 y Ella no llegará. Merd.

Luisfey, 7:41 a.m.

noviembre 28, 2005

Cenamos en un restaurante de postín con otra pareja amiga.
A mitad de la cena, por abajo de la mesa, Ella se quita su zapato de tacón y así, calzado su delicado pie sólo con aquella no menos delicada media de seda, lo dirige hasta mi entrepierna y apoya su planta, con suavidad pero decidida a provocarme la reacción inmediata.
Yo paso, del asombro inicial, a la sonrisa nostálgica: Ella , asumida como Jenifer Beals veintitantos años después, repite la escena de Flashdance donde aquélla hizo lo mismo a su galán, mientras ambos cenaban langosta.
Pero entonces paso, de la sonrisa nostálgica, al más grande asombro ante la flexibilidad de mi mujer, porque Ella no está sentada frente a mí, sino justo a mi lado.

Luisfey, 2:14 p.m.

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