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© Luis Felipe Hernández, México,
salvo especificación en contrario.

junio 16, 2006

Bueno, sí, es cierto; existe un sonido, al menos uno, que sólo perciben los menores de 20 años.

A la sopresa inicial de obligarse a admitir que el oído humano a tal grado se modifica de los 20 años en adelante, cuando uno pensaba que ya estaba formado en definitiva, hay que agregar la sorpresa de que nadie diga nada. Ni los científicos, ni los médicos, ni los sociólogos... Este descubrimiento (convertido por el momento en mercadotecnia y venta) pasa, hasta hoy, desapercibido.

Luego, ni bien repuestos de estas sorpresas, viene a sumarse el panorama que poco a poco se puede vislumbrar: Ahora es sólo "un tono de móvil que no pueden oir tus padres o maestros". Vale, pero ¿después?
Cuántos mensajes no podrán ser enviados a los púberes a través de esta, digamos, frecuencia; cuántas instrucciones no se les podrán dar y cuántas órdenes manipuladoras... "Las armas están en..." "Debes drogarte... Puedes conseguir tal cosa, en tal lado..."
Horror.

Añadimos ahora que en Sexto sentido, película cuya buena o mala calidad no vamos a discutir, nos presentaron a un niño que escuchaba ( y veía) cosas que los demás, adultos sobre todo, no podían.
Entonces, ¿será que sí, que hay frecuencias de otras voces, quizá de gente ya fuera del plano terrenal, que no oímos, pues somos mayores de 20?
Más horror.

Para terminar con una nota cómica, que haga ver menos lúgubre la perspectiva del apocalíptico flautista de Hamelín que nos despojará de nuestros peques, hay que decir que, si ya teníamos problemas de comunicación por la brecha generacional, ahora con este sonido estamos fritos.

Luisfey, 8:03 a.m.

junio 14, 2006

I:
Como era de esperarse, en esta búsqueda no estoy solo. No lo suponía. Es decir,si haber sido atacado por un rayo y sobrevivirlo a mí me ha resultado una experiencia tan incomparable, tan fuera del mundo, tan codiciada su repetición, era de aguardarse que hubiera al menos alguien más en el planeta que opinara igual.
Hasta aquí, todo iba bien.
La parte chocante fue cuando descubrí que, en efecto, hay asociaciones, sociedades, clubes, de gente que se une, sí; pero a deplorar lo que fue su brevísimo encuentro con el relámpago. ¡A deplorar! ¡A lamentarlo! A buscar maneras de evitar que les suceda de nuevo... entonces supe que sí, que estoy solo en el mundo, mas ¿no lo está cualquiera?

II:
Y sin embargo, el esfuerzo de tales grupos es estéril: ya he mencionado que, para mi desgracia, un rayo no cae en el mismo lugar dos veces.

III:
Sin excepción, las asociaciones de tal tipo se hacen llamar algo que suena a cazadores o exterminadores de rayos: algo que hace pensar que van tras una presa con el solo fin de eliminarla.
Ilusos, tontos, ignorantes: el relámpago se anula a sí mismo cuando abandona el cuerpo que alcanzó. En ese aspecto, algo tan monumental y grandioso es comparable con algo tan pequeño y minúsuculo como una abeja, que cuando clava su aguijón, muere.
Algunos dirán que esto es justicia poética. Yo no lo sé: Si el relámpago, o la abeja, para tal caso, no murieran una vez habiendonos traspasado (cada uno según su alcance), ¿tendríamos sobrepoblación de rayos y de abejas?

Luisfey, 8:35 a.m.

junio 13, 2006

No mencionemos a los que afirman que en realidad,un relámpago sale de la tierra y sube hacia el cielo. Ah, porque los hay, por asombroso ( y absurdo) que parezca.
Esta creencia, con el tiempo, ha devenido en una concertación, más descabellada si cabe, con aquella más popular de que la descarga proviende de arriba: la creencia que sostiene que el relámpago se forma al unirse dos fuerzas eléctricas: una, emergente de la tierra y en ascenso al cielo; la otra, viajando justamente en sentido contrario.
Claro que sólo pensar en esta explicación da escalofrío: no sólo habría que suponer que es posible que, en la vastísima superficie planetaria, dos fuerzas coincidieran justamente, cual si de un encontronazo de autos en carretera se tratase, en un mismísimo punto y momento; no sólo habría que admitir que esa coincidencia ocurre en la Tierra con frecuencia inusitada (pues, en estos momentos, sin duda hay una buena tormenta en algún lugar); sino que además, le supondría al buscador de ataques de rayos (ejem...) la posibilidad de un, digamos, encuentro con dos, que no con una, amantes.
No hablemos de ello.

Luisfey, 8:34 a.m.

junio 12, 2006

En el suplemento Laberinto, del diario Milenio
(www.milenio.com, sábado 10 de junio 2006),
puede leerse uno de los cuentos del libro ganador
del XV Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández,
Epifanía del ring.
Y bueno, está también lo de los paraguas. Hacerse de uno con mango de metal cuesta lo suyo. No sirven, para atraer los rayos o relámpagos, aquellos que lo tienen de madera o plástico.
¿Pensarían que la punta del paraguas sirve como pararayos? No es así. Tan no lo es, que he debido poner al paraguas del momento un apéndice más largo y afilado, para atraer el relámpago, sin conseguirlo.
Ni qué decir que de algún modo u otro, los paraguas se me han ido acabando. Más aceleradamente, supongo, que al resto de los mortales. Pero tampoco creo que haya muchos mortales que, como yo, salgan inmediatamente a la calle en cuanto empieza a llover.
¿Qué dicen, que salga sin paraguas? Pero amigos, eso ya está más probado que nada... y así ha sido el resultado, también: nada.

Luisfey, 1:57 p.m.

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