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© Luis Felipe Hernández, México,
salvo especificación en contrario.

septiembre 02, 2005

En el sitio www.fatalespejo.com.mx se ha reinaugurado la sección Artista del Mes, y me da mucho gusto decir que lo hace hablando de un escritor canadiense que descubrí durante mi estancia en Banff: Don Stephen Leacock. Un loco estupendo, de principios del siglo XX. Les recomiendo una visita al lugar, interesante siempre, por lo demás.

A Fatalespejo, larga vida y muchas gracias.

Luisfey, 12:44 p.m.

agosto 31, 2005

En cierto momento, llegó el visitante número 6,000.
Muchas gracias, a quien quiera que haya sido.


Encontrar un libro muy deseado provoca, ni duda cabe, una gran satisfacción. Pero mientras que en las librerías de nuevo, se sabe que, de no haberlo encontrado ahí, siempre podremos intentar en otro sitio semejante, en una librería de viejo, en cambio, es factible que nos estemos llevando el último ejemplar existente sobre la faz del planeta, y nadie lo sepa: ni el vendedor, ni quien lo compra, ni el propio autor (en caso de que esté vivo).

Luisfey, 7:30 a.m.

agosto 29, 2005

En una librería de viejo encontré un libro de mi autor favorito, cuya existencia ignoraba. El gusto que me da resta importancia a lo manchado de sus hojas, a los múltiples dobleces que muestran varias de las esquinas de éstas (quien lo usó, es evidente, no conoció los separadores de lectura), lo ajado del lomo (se deduce que fue leído muchas veces) y otras cicatrices. El ejemplar está de verdad astroso.

Lo compro.

La lectura del libro me ha hecho tan feliz que no puedo sino preguntarme por qué su anterior dueño se deshizo de él.
¿Acaso se encontró en una situación tan difícil que lo obligó a venderlo cómo única salida? No es un libro incunable. Luego, no es valioso económicamente hablando.
¿Le pareció que el autor ya no le eomocionaba como antes? Horror, ¿Eso podría pasarme también? ¿Se contagia?
¿Fue un descuido y ese ejemplar nunca, jamás, debió salir de su biblioteca y se confundió con el resto de tomos que sí pretendía vender?
¿Su amante odiaba al autor -cosa por demás impensable, quién podría odiarlo-, y su lector, enloquecido de pasión, prefirió desembarazarse del libro antes que perder a aquella mujer?
¿Llora su desaparición desde entonces?
Oh, si pudiera hacerle saber que, en mis manos, el viejo y destartalado libro tendrá mimos y cuidado hasta el fin de sus días...

Luisfey, 7:25 a.m.

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