Todos los textos
© Luis Felipe Hernández, México,
salvo especificación en contrario.

septiembre 21, 2005

Los invitamos por segunda vez: 8 de octubre, Coure Café, 7 pm: Alberto Chimal y Luis Felipe Hernández, leyendo textos.

Bueno, sí: me he vuelto adicto al pinchazo. Me pone cachondo, me excita, me calienta, me provoca erecciones y no hay nada más que decir.

Por supuesto no siempre fue así. Al principio no quería picarme el dedo cada tantas horas ni siquiera para checar mi nivel de glucosa.
También es cierto que no desde el principio supe que era leucémico.

Ahora bien, el aparato es una monada que derrocha modernidad por donde se le mire: un piquetito en el dedo, la yema del dedo más precisamente, una rápida lectura en pantalla digital y punto: se sabe enseguida si el medicamento ha de tomarse o no.

Habrá sido una tarde veraniega en que me dí el pinchazo, no porque correspondiera el momento para ello ni mucho menos, sino por no hallar nada mejor que hacer. Y el pinchazo me excitó. Recuerdo perfectamente mi gemido: una aspiración de aire, más una inhalación súbita, entre un suspiro y un siseo, como cuando he comido algo picante y trato de ventilar mi boca, que un gemido de dolor. Y enseguida vino la erección.

Por supuesto, cualquiera se extraña. Lo dejé pasar.

Pero después -la curiosidad es mucha-, volví a hacerlo y lo mismo ocurrió: no tardé en descubrir que pincharme con el aparatito para medir glucosa y otros menesteres sanguíneos me pone a tope, -como el adolescente no demora en descubrir y comprobar (quizá con demasiada frecuencia) el mecanismo para causarse la eyaculación.

Y ahora, me retiro: tengo ganas.

Luisfey, 7:23 a.m.

septiembre 19, 2005

Los invitamos: 8 de octubre, Coure Café, 7 pm: Alberto Chimal y Luis Felipe Hernández, leyendo textos.

Abro una lata de sardinas en aceite.
Parece que fuera siempre la misma, pese a que tengo edad como para haber conocido aquellas latas cuya llave siempre se rompía o torcía, o simplemente la lengüeta no se levantaba; para después, con el tiempo, adquirir y acostumbrarme a las abre-fácil ,en las cuales, a veces también, la anilla para hacerlo se desprende sin haber logrado su objetivo.
Parece, sin embargo, la misma lata de siempre: los pescaditos colocados en idéntica postura que como la última ocasión en que tuve tal antojo, y la vez previa a esa, y la anterior también; sus cuerpos apretados con gran promiscuidad unos contra otros en su lecho metálico; tan apenados por su sordidez, que, desde luego, han perdido la cabeza.
Incluso esa sardina, la que está justamente enmedio, me resulta bastante familiar.
Me pregunto cómo será comer una sardina dos veces en la vida.
Y me pregunto qué sentirá ella, si descabezada, muerta y en aceite puede sentir, de vivir tal experiencia.
Veamos. Galletas saladas. Cuchillo. Probemos.

Luisfey, 6:42 a.m.

tips

 

notas pasadas



 

Site Meter

 

This page is powered by Blogger.