Ella se escurre, inasible, y al mismo tiempo, me provoca y se muestra gustosa de que la corteje.
En un bien defendido juego verbal, me dice que no, que no es inasible, que no intenta provocarme, que todo lo imagino.
Y yo, mientras me consumo de a poquito, añoro, sin haberla vivido, la era en que bastaba con darle a una mujer un mazazo en la cabeza para arrastrarla por los pelos hasta la cueva.
He soñado que ella dormía a mi lado, y yo la abrazaba por la espalda.
Por supuesto, cuando desperté no estaba. Nunca estuvo.
Ah, si hubiera sido como el dinosaurio de Monterroso...